Gracias, gracias por esta naturaleza de agua y sol a la que me has traído Yemayá, gracias! Gracias por el descanso. Gracias por el vaivén del agua y su música. Gracias por su ritmo suave y las mariposas que lo acompañan. Gracias por las nubes que aminoran el sol, gracias! Gracias por el mango, por el café y las guayabas. Gracias por las castañas de Cajú.
Por las ofrendas, gracias! Hoy: Pinhole Yemayá
Quien podría odiar a un coqueiro. Como mariposas o bailarinas, nunca se cansan de batir sus alas alegremente. El roce de sus hojas es música pariente de grillos y cigarras. Incluso esa alegría inocente y despreocupada puede ser arrebatada con furia. Muchas de ellas yacen en la orilla o al fondo del manglar, de la barra… Como Moais abatidos, arrebatada su magia. Despojados de su poder.
Muchas cosas del paisaje me transportan a Rapa Nui. Las nubes… el mismo pasto de cabezuelas rojas pero inmenso. Lo que tiene en tamaño, carece de aroma. Este paisaje no huele dulce como mi isla.
Que misterio las mareas. Retroceden unos 6 metros… recién pasó una mujer con su red al hombro, enrollada en un palo, seguida de 4 chicos entre unos 11 y 4 años. Sólo el chiquito respondió mi saludo con risa brillante. Al verlos caminar por la laguna derivando en islotes, decidí seguirlos y ver si consigo ver desplegada la red agitándose en el aire como la foto de aquel colombiano cuyo nombre no recuerdo. Segunda mujer que veo con su red al hombro. Tenía la cara y el paso de quien tiene que alimentar 4 bocas y tal vez 5… con un marido que estaría en la cama o el bote.
Levanté mis cosas y los seguí hasta un punto en que me hundía en el fango hasta las rodillas… perturbador… los perdí. Desaparecieron por el mangle y yo quedé ahi, atascada por pensarlo demasiado. Quería arriesgarme a ir más allá de mi spot pero es súper inquietante el fango y el regreso del agua. Ya llegará mi momento.