Yemayá y todas las demás.
Gran desconcierto al llegar a este lugar después de viajar más de 24 horas zarpando desde la rotonda Pérez Zujovic a las 18:15 en plenos tacos de viernes santiaguino y llegar acá An Ponten em Mangues… Me abrió la puerta, celeste: Yemayá.
Nada es lo que esperaba, pero eso no es raro, la Venus que me habita se enamora sin razones de una partícula del universo, olvidando todas las demás. Si me lo advirtieron, no lo escuché pero estoy súmamente lejos en un templo de Yemayá fundado por mi amigo Geo Darder. Ni siquiera una cama. Me colgaron una hamaca azul en el corredor.
El altar tiene además varias sirenas. Cuando la Huira me avisó que era mi alter ego, yo no sabía que era una sirena, recién me enteré hace un año cuando se me presentó sin aviso en una calle de Barranco, en Lima, Perú. No es raro que esto pase, Mamacocha me fue seduciendo con conchitas, hüiros y mareas, flores orilleras, hasta lanzarme firme por la pista de las quedas y caminos huireros.
Hoy es Luna nueva, Urano, el de las sorpresas, está cruzando el firmamento. Recibí mis ojos negros del escorpión que me vio nacer, pero mi amor por la libertad es regalo del mar. Mi primer recuerdo en la vida tiene el sabor de las machas crudas que me daba Gregoria Alanes Mamani, mi mama aymara, a la orilla del mar.
Siempre me gustaron las sirenas, no sólo porque anduvieran desnudas y por sus bellas colas de pescado, sino porque seducen cuando quieren, atrayendo con su voz al objeto de su deseo hasta lo profundo del mar. Así son Yemayá, la Pincoya, tal vez Mamcocha y todas las demás, pero además son madres y magas, regalan riquezas a sus enamorados y los envuelven en abrazos.
Me pregunto que me habrá preparado al traerme hasta acá.